jueves, 29 de octubre de 2009

Sobre la Suerte

A veces me pregunto qué es eso que llamamos Suerte. Se me presenta como algo fuera de nosotros, como algo ajeno a nosotros, algo que está en algún lugar de nuestra común existencia humana, que no podemos tocar, que ni nos imaginamos con forma ni color, pero que nos supedita con su hacer caprichoso y nos pone a merced de ella.
Hay personas que sienten que han tenido mala suerte en sus vidas de forma global, quizá porque algo de esa vida no salió de acuerdo a lo esperado y, entonces, en una mirada completa a lo que son, generalizan. Otras son algo más precisas y se dan cuenta de que su mala suerte está referida a algo más concreto, por ejemplo al amor; ¡Qué mala suerte he tenido en el amor! Algunas otras se sienten plenas y hablan de buena suerte; ¡La vida me ha sonreído! Otros, sintiendo mala suerte en sus vidas, se consuelan diciendo: ¡Bueno, otros tienen peor suerte! Y así podríamos hablar de infinidad de tipos donde la mala y la buena suerte van y viene a su antojo sin que nosotros podamos hacer nada. Es algo que sentimos que nos predestina y nos conduce, quizá también nos amenaza. Y a eso contribuye nuestra manera de entender la realidad tal y como nos la han enseñado, siendo algo también de lo que se sirven otras realidades, como la astrología, que hablando de la Suerte nos afirma en su existir inmaterial e indeterminado, esperanzándonos o atemorizándonos, poniéndonos sobre aviso de lo que nos espera en ese día concreto o en un periodo determinado de nuestra existencia. Y que en esa manera de mostrarnos nos da a entender que, se haga lo que se haga, esa buena o mala suerte no se podrá cambiar porque es algo que nos transciende y que está fuera de nuestra voluntad y de nuestro alcance cambiarla y, realmente, hay días o periodos en los que sentimos que todo va en nuestra contra o al contrario.
La Buena Suerte produce en nosotros una sensación de dicha, de felicidad. La Mala Suerte, abate al individuo y lo ancla en un estado de desdicha que, dependiendo del alcance vital que para él supone esa Mala Suerte, puede acompañarlo toda su vida y supeditar su interior, produciendo a veces un vacío existencial más o menos profundo.
La Buena Suerte surge cuando encaja la correspondencia entre lo obtenido y lo esperado, o cuando sin esperarlo, lo obtenido viene a cubrir parte de nuestras necesidades creadas.
La Mala Suerte, por el contrario, produce rechazo y frustración, y es ese decir producto de una falta de correspondencia entre lo esperado y lo obtenido o cuando lo obtenido no cubre bien nuestras expectativas o necesidades creadas.
Y es aquí dónde me pregunto sobre lo relativo de todo ello. Así, lo que puede ser mala suerte para algunos, es buena suerte para otros. Por poner un ejemplo fijémonos en la lotería. Si toca en cantidades -que podríamos decir- considerables, para algunos puede ser buena suerte, porque con eso ganado pueden hacer realidad sus “sueños” o simplemente porque se ha producido lo que se esperaba: que si juego, aún sabiendo que tengo una posibilidad entre miles de que me toque, me ha tocado, pues con esa intención he jugado. Sin embargo, para otros puede ser motivo de desasosiego, incluso de mala suerte, pues es pensar en saber qué hacer con el dinero ganado, la cantidad tocada puede desencadenar nuevos problemas que antes no existían en sus vida y, al cabo del tiempo, desasosegados por los conflictos que les ha producido la vida “sonriendo” desde la Suerte, acaban diciendo: ¡Qué mala suerte!
Parece, por tanto, que la Buena o Mala Suerte depende de nuestras perspectivas, de nuestros intereses y expectativas, y de nuestros deseos y necesidades. Así lo que es bueno para unos es malo para otros. Y refiriéndonos a nuestras necesidades, deseos o expectativas se me antoja preguntarme -que sintiendo los que vivimos en el Primer Mundo que es una suerte, una buena suerte- qué diría un aborigen australiano, que no conoce más realidad de existir que la que tiene y en la que se ha criado, sobre su suerte por haber nacido allí. Igualmente, se me antoja preguntarme qué sentiría sobre su suerte, si es que supiera de la existencia de ella, ese aborigen si lo paseáramos por New York una semana y lo devolviéramos a su lugar de origen más tarde.
Otra cuestión es si la suerte existe o no, yo creo que existir existe, en la medida en que forma parte de nuestras mentes, pero ¿realmente existe en sí? ¿Hablaríamos de suerte si asumiéramos realmente que en la vida las cosas ocurren y nada más, y que si yo cambiara mis expectativas y mis deseos lo que antes podría ser buena o mala suerte ahora tendría una connotación contraria para mí? ¿No es realmente ese un acto de libertad? ¿Qué fuerza y qué poder tendría entonces la Suerte para nosotros?