jueves, 31 de julio de 2008

Despertar

La gran mayoría de nosotros vivimos dormidos, sumidos en nuestros problemas producidos por nuestros deseos, por nuestras ilusiones y por nuestras aversiones, que hemos creado a lo largo de nuestra vida de acuerdo a modelos que nos han venido impuestos y que hemos "tragado sin digerir". Son nuestros introyectos, que hacen que nuestra mente reaccione constantemente con deseo o con aversión. Son nuestros condicionantes que supeditan nuestra vida, nuestro comportamiento, nuestras decisiones.

Vivimos dormidos también porque todo ello nos impide abrir los ojos a la realidad de la vida presente. Vivimos en nuestros sueños, en nuestras proyecciones al pasado y en nuestras proyecciones al futuro.

Nuestra mente se resiste a vivir aquí y ahora. Se enreda en al pasado y en el futuro, sin darse cuenta de que realmente no hay más realidad que la que hay ahora. El pasado ya no existe y el futuro tampoco hasta que se haga presente y, como dicen los místicos, nunca será como lo deseamos, pues nunca ocurre lo que deseamos u ocurre siempre lo contrario a lo que anhelamos. Y esto es un gran problema, porque resistiéndose nuestra mente a vivir en el presente, está abocada a vivir en él, ya que no hay otra realidad.

Buscamos y buscamos y nunca observamos. Buscamos en función de lo que es deseable, de lo que nos han dicho que es deseable, de esos modelos que no son nuestros y nunca nos paramos a observar el presente para ver si lo que el presente nos ofrece es bueno para nosotros o no. Eso nos coarta la posibilidad de adaptarnos pues, al vivir más allá, no podemos poner en marcha nuestros recursos que nos permitan apreciar la realidad presente.

Al vivir así, se generan en nosotros unas buenas dosis de frustración, de fracaso, de confusión, de miedo y de rabia, de aversión. Y todo ello, nos impide, aún más, despertar, pues todas estas cosas nos anclan cada vez más en lo irreal en nuestra vida dormida.

Me viene a la cabeza un viejo cuento Indú.

-Usted perdone, le dijo un pez a otro, es usted más viejo y con más experiencia que yo y, probablemente, podrá usted ayudarme. Dígame ¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He estado buscando por todas partes sin resultado.
-El Océano, respondió el viejo pez, es donde estás ahora mismo.
-¿Esto? Pero si esto no es más que agua... Lo que yo busco es el Océano, replicó el pez joven totalmente decepcionado mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte.

Vivir así es vivir en disonancia, que se produce entre lo que debería ser y lo que es. Eso nos crea malestar, desequilibra nuestra mente. Una cosa es lo que nuestro organismo nos dicta, lo que la realidad nos enseña. Otra, lo que anhelamos vivir.

Así, esta disonancia nos hace sufrir y es entonces cuando experimentamos la sensación de que algo no funciona en nosotros; es la crisis. Entonces, sentimos la necesidad de experimentar un cambio, de salir de nuestro sufrimiento. Y lo expresamos, pero despertar produce mucho dolor. Porque despertar es despojarse de todo lo anterior, de todo lo que no nos sirve para vivir en el aquí y en el ahora, es sacar a flote nuestro yo real, el que, a veces, choca con el yo ideal. Es quedarse en al vacío durante una época, hasta que nuestro nuevo modelo de valores se asiente y se sienta. Es por ello que nadie desea despertar. Preferimos quedarnos como estamos, con nuestro sufrimiento, antes que asumir el dolor de la desnudez y el miedo a lo desconocido, mejor dicho, el miedo a perder lo conocido, pues lo desconocido no puede asustar, ya que no se conoce.

Realmente es una pena, nadie quiere despertar. Sólo queremos que alguien nos alivie, nos calme para seguir en lo nuestro. No nos engañemos, un despertar profundo y sincero implica mucho dolor. Sólo nos enfrentamos a ese despertar, a este cambio radical cuando nuestra existencia se ha derrumbado extremadamente, cuando ya no encontramos solución posible, cuando estamos cansados de nuestro propio cansancio, porque vivir dormidos cansa mucho.