jueves, 25 de febrero de 2010

Acerca de una carta

Mis queridos amigos y amigas:
Hace ya tiempo que no escribo en estos espacios que yo mismo he creado, y algunos me lo han recriminado. Unos, en su insinuación, me animan a seguir haciéndolo pues, aunque lo que aquí se vierte son simples experiencias y modestas opiniones, parece, porque así me lo han hecho saber, que ellas les han servido de alguna manera. Otros, sin embargo, dejan ver en su críticas que, cuando uno abre un blog como éste, lo que se espera de él, de acuerdo con la filosofía de estos espacios, es que los vaya llenando de información con cierta frecuencia, ya que si esto no se da se puede vislumbrar una cierta dejadez e indolencia que, de alguna manera, desprestigia a su creador y ahuyenta a sus “interesados” lectores que, aburridos de volver a ver lo mismo siempre, prefieren irse a otros espacios más dinámicos.
Sabiendo que estos últimos tienen razón, pues sé que la sociedad actual está ávida de información fresca, aunque a veces sea irrelevante, me empiezo a sentir más en deuda con los primeros que con los segundos, pues mi intención al crear este blog fue -precisamente- que pudiera ser de ayuda a alguien, más que un espacio de actualidad que me tuviera supeditado u obligado, algo de lo que huyo por principio.
Es precisamente por estos amigos y amigas entusiastas por leer de vez en cuando algo que les permita revisarse (aunque sea para decir que esto que dice José María es una patochada), que hoy me animo a dejar un fragmento de una carta que yo conservaba en mi ordenador, y que había olvidado que ahí estaba. Es una carta de una persona que inició un proceso de crecimiento personal profundo, que escribe a otra persona a la que ha intentado acompañar en un momento doloroso de su vida.
La lectura de esta carta ha despertado hoy en mí muchos sentimientos y, por ello, deseo compartirla con todos aquellos que estén dispuestos a leerla.
La carta dice así:

Muchísimas gracias por comenzar tu carta preocupándote por mí. De verdad que nunca me puse a pensar en por qué no me preguntabas cómo yo me encontraba pues, en mi interior, siempre estuvo, durante todo este tiempo, el sentimiento de que quien realmente importaba eras tú.
No debes sentirte en deuda conmigo por nada. Sólo he intentado estar aquí, como un buen amigo, acompañándote en tu doloroso proceso. Sabes que lo he hecho y estoy siempre dispuesto a hacerlo de corazón, porque así me sale.
Yo estoy bien, lo que no quiere decir que haya encontrado la felicidad, tal y como estamos acostumbrados a entenderla. Estoy satisfecho conmigo mismo, me entiendo mejor, me acepto en todas mis polaridades, lo que me hace sentirme en una especie de vacío o de punto central que me ayuda a seguir creciendo, a entenderme a mi y a entender mejor a los demás. En ese sentido, en esa especie de equilibrio sin apoyo, me encuentro bien. Tengo picos, pero ya no son picos extremos, son pequeñas sinusoides que acepto, porque la vida me las da, y a las que me tengo que adaptar con eficacia y sabiendo que tengo el derecho a equivocarme, sin juicios y sin miedos. Es un estado de permanente movimiento placentero por volver al “centro”, pero también de lucha ilusionada.
Soy consciente de que todavía no he llegado al final del camino. No sé lo que hay al final, pero intuyo que no es algo donde todo se termina, sino más bien donde todo comienza. Un lugar, -quiero entender- desde el que tus polaridades se amplían y donde encuentras tu punto real de equilibrio; el que tú eliges, el que mejor te define, pues es donde mejor te encuentras. El otro polo deja ya de ser algo prohibido para ti, y lo puedes visitarlo sin juicios cuando la situación así lo requiera. Quiero percibir que ese lugar es también donde tu razón empieza a caminar pareja con tus sentimientos, donde tu capacidad de adaptación se incrementa y se erige, también, como motor de reestructuración de tus propias polaridades y de tus puntos de equilibrio. Es ahí donde todo comienza, porque ya nunca hay nada que termine.
El mejor indicativo de cómo me encuentro es precisamente lo que los demás perciben en mí y lo que los otros van cambiando en función de mis comportamientos. Más bien creo que, cuando uno está como yo estoy, irradia algo que se percibe pero que no se pude explicar.

jueves, 29 de octubre de 2009

Sobre la Suerte

A veces me pregunto qué es eso que llamamos Suerte. Se me presenta como algo fuera de nosotros, como algo ajeno a nosotros, algo que está en algún lugar de nuestra común existencia humana, que no podemos tocar, que ni nos imaginamos con forma ni color, pero que nos supedita con su hacer caprichoso y nos pone a merced de ella.
Hay personas que sienten que han tenido mala suerte en sus vidas de forma global, quizá porque algo de esa vida no salió de acuerdo a lo esperado y, entonces, en una mirada completa a lo que son, generalizan. Otras son algo más precisas y se dan cuenta de que su mala suerte está referida a algo más concreto, por ejemplo al amor; ¡Qué mala suerte he tenido en el amor! Algunas otras se sienten plenas y hablan de buena suerte; ¡La vida me ha sonreído! Otros, sintiendo mala suerte en sus vidas, se consuelan diciendo: ¡Bueno, otros tienen peor suerte! Y así podríamos hablar de infinidad de tipos donde la mala y la buena suerte van y viene a su antojo sin que nosotros podamos hacer nada. Es algo que sentimos que nos predestina y nos conduce, quizá también nos amenaza. Y a eso contribuye nuestra manera de entender la realidad tal y como nos la han enseñado, siendo algo también de lo que se sirven otras realidades, como la astrología, que hablando de la Suerte nos afirma en su existir inmaterial e indeterminado, esperanzándonos o atemorizándonos, poniéndonos sobre aviso de lo que nos espera en ese día concreto o en un periodo determinado de nuestra existencia. Y que en esa manera de mostrarnos nos da a entender que, se haga lo que se haga, esa buena o mala suerte no se podrá cambiar porque es algo que nos transciende y que está fuera de nuestra voluntad y de nuestro alcance cambiarla y, realmente, hay días o periodos en los que sentimos que todo va en nuestra contra o al contrario.
La Buena Suerte produce en nosotros una sensación de dicha, de felicidad. La Mala Suerte, abate al individuo y lo ancla en un estado de desdicha que, dependiendo del alcance vital que para él supone esa Mala Suerte, puede acompañarlo toda su vida y supeditar su interior, produciendo a veces un vacío existencial más o menos profundo.
La Buena Suerte surge cuando encaja la correspondencia entre lo obtenido y lo esperado, o cuando sin esperarlo, lo obtenido viene a cubrir parte de nuestras necesidades creadas.
La Mala Suerte, por el contrario, produce rechazo y frustración, y es ese decir producto de una falta de correspondencia entre lo esperado y lo obtenido o cuando lo obtenido no cubre bien nuestras expectativas o necesidades creadas.
Y es aquí dónde me pregunto sobre lo relativo de todo ello. Así, lo que puede ser mala suerte para algunos, es buena suerte para otros. Por poner un ejemplo fijémonos en la lotería. Si toca en cantidades -que podríamos decir- considerables, para algunos puede ser buena suerte, porque con eso ganado pueden hacer realidad sus “sueños” o simplemente porque se ha producido lo que se esperaba: que si juego, aún sabiendo que tengo una posibilidad entre miles de que me toque, me ha tocado, pues con esa intención he jugado. Sin embargo, para otros puede ser motivo de desasosiego, incluso de mala suerte, pues es pensar en saber qué hacer con el dinero ganado, la cantidad tocada puede desencadenar nuevos problemas que antes no existían en sus vida y, al cabo del tiempo, desasosegados por los conflictos que les ha producido la vida “sonriendo” desde la Suerte, acaban diciendo: ¡Qué mala suerte!
Parece, por tanto, que la Buena o Mala Suerte depende de nuestras perspectivas, de nuestros intereses y expectativas, y de nuestros deseos y necesidades. Así lo que es bueno para unos es malo para otros. Y refiriéndonos a nuestras necesidades, deseos o expectativas se me antoja preguntarme -que sintiendo los que vivimos en el Primer Mundo que es una suerte, una buena suerte- qué diría un aborigen australiano, que no conoce más realidad de existir que la que tiene y en la que se ha criado, sobre su suerte por haber nacido allí. Igualmente, se me antoja preguntarme qué sentiría sobre su suerte, si es que supiera de la existencia de ella, ese aborigen si lo paseáramos por New York una semana y lo devolviéramos a su lugar de origen más tarde.
Otra cuestión es si la suerte existe o no, yo creo que existir existe, en la medida en que forma parte de nuestras mentes, pero ¿realmente existe en sí? ¿Hablaríamos de suerte si asumiéramos realmente que en la vida las cosas ocurren y nada más, y que si yo cambiara mis expectativas y mis deseos lo que antes podría ser buena o mala suerte ahora tendría una connotación contraria para mí? ¿No es realmente ese un acto de libertad? ¿Qué fuerza y qué poder tendría entonces la Suerte para nosotros?